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20 de abril de 2016

Un estadista justo y bueno

Columna de opinión del ministro del Interior, Jorge Burgos, publicada en el diario La Tercera de hoy.

Corría el año 1976, siendo estudiante de segundo año de la carrera de Derecho, cuando conocí a don Patricio Aylwin. Un grupo de compañeros de esa generación quisimos conocer de manera directa lo que pensaba el ex senador y ex prestigioso profesor de Derecho Administrativo de la facultad, sobre la realidad política y social existente en esos tiempos, en que la política era un riesgo verdadero que era necesario afrontar.

Queríamos conocer la opinión de un hombre de Derecho sobre los intentos de la dictadura para dar juricidad a sus actos, claramente alejados de principios elementales de Derecho.

El profesor Aylwin dedicó algunos minutos a lo jurídico. El resto de la reunión fue destinada a escuchar su punto de vista sobre la historia reciente, sus causas y las responsabilidades de los distintos actores y de cómo concebía caminos de salida que en aquella época se vislumbraban tan lejanos.

Poco después, don Patricio ocuparía un rol esencial en el grupo de los 24, primer referente orgánico contrario a la dictadura, como también tuvo un papel protagónico en todas las instancias de la articulación de los opositores al régimen, desde la Alianza Democrática hasta la Concertación de Partidos por la Democracia.

Pudimos, pocos meses después, comprobar su brillante desempeño como abogado litigante, al presenciar su alegato en el recurso de amparo por Jaime Castillo Velasco, que había sido expulsado del país. Los miembros de las cortes prestaron oídos sordos a su brillante alegato, como era la costumbre habitual de los jueces en esos tiempos.

En diversos encuentros y conversaciones tuve la oportunidad de conocer más de cerca, hace 40 años, a un hombre íntegro que hizo del Derecho su principal motivación en su vida, tanto en la cátedra como en el ejercicio profesional y también como político.

En su gobierno tuve el honor de ser nombrado subsecretario de Guerra, en tiempos complejos de la relación civil-militar. Esos cuatro años de trabajo fueron el mejor aprendizaje que un joven treintañero con vocación política pudo tener.

En las conversaciones con don Patricio pude apreciar más de cerca la claridad con que expresaba sus pensamiento, muchas veces con frases breves que resumían con precisión lo que quería decir.

Esta facilidad de expresar en pocas palabras ideas complejas la empleó muchas veces en la vida política. Por ejemplo, en el acto de proclamación de su candidatura resumió su pensamiento acerca de lo que proponía al país y de lo que inspiraría su acción de gobierno.

Las últimas palabras de esa intervención expresaron su intención de hacer de Chile una patria justa y buena para todos.

Una patria justa en la que imperara el Derecho y en la que se pusiera término a la arbitrariedad y el abuso del régimen dictatorial y en la que se sometiera a la acción de la justicia a todos aquellos que violaron los derechos humanos, con su secuela de muertos y desaparecidos.

Fue así como convocó a una comisión dirigida por don Raúl Rettig para que investigara los crímenes cometidos por los organismos encargados de la brutal represión de opositores. Luego, encomendó a otro grupo, presidido por monseñor Sergio Valech, que se abocara a indagar sobre el destino de los miles de personas detenidas y desaparecidas.

Gracias a estas iniciativas es que fue posible avanzar en el castigo de los principales autores intelectuales y materiales de las innumerables violaciones de los derechos humanos.

Mayor valor tiene esta decidida acción de don Patricio considerando que el antiguo dictador detentaba aún la Comandancia en Jefe del Ejército y los demás jefes de las distintas ramas de las Fuerzas Armadas ocupaban escaños en el Senado de la República.

Patricio Aylwin mostró así la determinación y el coraje requeridos para dirigir el gobierno en el período más complejo y difícil de la recién recuperada democracia.

Patria justa también en la que la impronta de su gobierno fuera la búsqueda decidida de la justicia social. El fue el primero en plantear la idea del crecimiento con equidad y así fue como en el corto período de su gobierno se alcanzaron notables metas económicas y sociales, con un crecimiento económico promedio del 7%, reducción de la inflación de 27% en 1989 a 11% en 1993, y la disminución de la población en situación de pobreza en más de 10 puntos.

Por último, habló de la patria buena para todos, muestra de su sensibilidad de cristiano cabal para comprender y acoger con bondad a todos los chilenos después de un período en que la población fue sometida a la prepotencia, la violencia y el abuso de quienes ejercían el poder absoluto.

En otra breve sentencia expresó de forma categórica su pensamiento sobre la economía y la sociedad. Dijo: “El mercado es cruel”. Naturalmente se refería a que cuando las relaciones mercantiles rigen toda la vida de las personas, cuando en el mercado está ausente lo social y el principio de solidaridad, impera no ya una economía de mercado, sino una sociedad de mercado, en la que prima, como él expresó con singular fuerza, el egoísmo que se traduce en la indiferencia ante el dolor ajeno.

Para don Patricio, superar la dictadura del mercado neoliberal constituía un imperativo de toda política inspirada en el humanismo cristiano.

Para él, la llamada política del derrame no era un camino viable ni eficaz, como tampoco el crecimiento por sí solo puede corregir la injusta distribución de la riqueza y el ingreso, pero también cuidaba el crecimiento, y vaya cómo lo hizo.

El concebía otra manera de ver las cosas, para lo cual puso en práctica en su gobierno nuevas ideas tendientes a elevar a niveles dignos y humanos la condición de vida de los sectores más pobres; cuidar la salud de todos por igual; abrir a los jóvenes el acceso a mejores oportunidades de trabajo; promover la participación y dignificación de la mujer y defender el medioambiente.

Como mandatario inició la puesta en marcha de estas ideas y principios, los que gobiernos posteriores llevaron adelante en forma progresiva y constante.

Patricio Aylwin abrió el camino. Fue en un momento primus inter pares, pero después, como gobernante demostró ser el estadista que mejor supo encarar los ideales de los demócratas y fue, además, el conductor que con habilidad, firmeza y talento guió al país, sorteando el peligro constante de amenazas de regresión autoritaria, hacia un nuevo Chile, seguro de sí mismo, confiado en su democracia y en un futuro mejor para todos.

Hoy, cuando hablamos de crisis de confianza, cuando hacemos complicados racionamientos ideológicos para expresar nuestras ideas de futuro, quizás sería mejor decir algo tan fundamental como simple, como lo expresó don Patricio: una sociedad justa y buena para todos.  Un ideal todavía en construcción.