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6 de junio de 2017

Palabras del ministro Fernández en presentación del libro “Compromiso Público de la UC”

En esta casa de estudios, se graduaron mis tres hijos. Durante varios años fui profesor en el Instituto de Ciencias Políticas y en la facultad de Comunicaciones, como se ha dicho acá. El libro que se presenta en este evento abarca uno de los conceptos más importantes que ha dominado el debate sobre la reforma […]

En esta casa de estudios, se graduaron mis tres hijos. Durante varios años fui profesor en el Instituto de Ciencias Políticas y en la facultad de Comunicaciones, como se ha dicho acá.

El libro que se presenta en este evento abarca uno de los conceptos más importantes que ha dominado el debate sobre la reforma a la educación superior formulado por el Gobierno de la Presidenta Bachelet: el compromiso público de las universidades chilenas. En su introducción del libro que nos reúne, el rector Sánchez señala -ya lo ha dicho él,  pero lo voy a repetir- que “el carácter público de una institución no está determinado por su propiedad, sino por su preocupación, compromiso, interés social y aporte al desarrollo del bien común”. Eso es muy cierto.

Agregando sí, que la propiedad o la pertenencia de una universidad le otorgan peculiaridades que determinan la dedicación y orientación que en tales tareas adopta. En ese sentido, independientemente del compromiso social de su quehacer, hay universidades estatales, que pertenecen al Estado con todo lo que ello significa y hay universidades no estatales dotadas de diversos estatutos jurídicos y definiciones epistemológicas.

He sido preciso en hablar de universidades no estatales, porque ustedes han de saber que parte del debate, que actualmente tiene lugar en el Parlamento, está enredado un poco en este tipo de definiciones: universidades públicas, estatales, privadas, no estatales, etc. Entonces, es bueno precisar el tema.

Hay universidades estatales, en el sentido que pertenecen al Estado y hay universidades no estatales. Bueno, entre ellas, el sentido público que tienen se lo da la propia universidad y aquí tenemos testimonio muy concreto del compromiso público de la universidad.

El libro que se nos presenta esta semana es muy sugerente porque da testimonio de las más variables formas y dimensiones en que este compromiso se ha manifestado en nuestro país en su ya más que bicentenaria existencia y las vastas latitudes y grupos a los cuales ha llegado ese compromiso. Da cuenta, además, del carácter complejo que ha alcanzado esta casa de estudios, abarcando las tres tradicionales tareas de la universidad: la docencia, la investigación y la extensión. Aquí, yo uso una expresión un poco pasada de moda, pero me quedo con ella: la extensión.

Aprovechando este saludo, yo quisiera entregarles una muy simple reflexión sobre el contenido que tiene el compromiso público en una universidad. De toda universidad.

El compromiso público no es sólo dar, sino también recibir. No se trata sólo de entregar al bien común el fruto de lo propio, sino también de recibir del entorno social ese ingrediente esencial que proporciona la gente para enriquecer cualquier actividad humana. Es mucho lo que una universidad puede proporcionar a la sociedad en la cual funciona. No hay duda. Pero también es mucho lo que puede nutrirse de ella y eso a menudo no parece ser obvio.

El gran pensador católico alemán, Romano Guardini, señalaba que el fin último de una universidad puede pronunciarse en una frase: “conocer la verdad y, precisamente, por sí misma. Esa verdad, ahora dejo a Guardini, esa verdad que está en los organismos, en el pensamiento, en el arte y que la universidad debe buscar, está también en la gente.

Es por eso que la universidad  no se desnaturaliza si busca también esa verdad recibiendo lo que la gente es.

Yo pertenezco a una generación que luchó mucho para que la universidad saliera de su sitial de privilegio y sirviera a la sociedad de la que era parte y a la gente que la habita. Lo recuerdo porque soy ex alumno de la Universidad de Chile. Recuerdo que, por meses, el año ’68 estuvo colgado un lienzo de la Universidad que transcribía una frase de Andrés Bello cuando fundó la universidad. Decía “por una universidad cuyo norte sea Chile y las necesidades de su pueblo”. Esa no era un eslogan de los años ’60, era una frase de Bello.

Para quienes estudiamos a fines de los años 60, especialmente para los dirigentes, era un deber moral trasladar a la universidad al centro de la sociedad, sin perder su naturaleza, pero sí su disposición. Cambiar su disposición. No mirar desde arriba, sino desde dentro de la sociedad, para buscar la verdad que es el centro de su quehacer. Por eso, los de ese tiempo hasta hoy, no podemos olvidar nuestra admiración por aquella frase anónima pintada en una muralla de París en 1968: ‘Seamos realistas, pidamos lo imposible’ y claro, puedo decirlo con orgullo, lo logramos. Sin nuestra revolución estudiantil extendida por todo el mundo durante ese año, no tendríamos las universidades abiertas de las cuales hoy gozamos.

Entonces, cuando en estos tiempos, otros tiempos, ahora, de nuevo, por otros medios, buscamos un encuadramiento para que nuestras universidades cumplan su papel, que es siempre en el mundo que viene. Es bueno tener presente que su compromiso público es dar y recibir. Ser generosos y ser abiertos simultáneamente. Así, la universidad no perderá su esencia pero mantendrá su vitalidad para cumplir su tarea con su país y con su gente.

Muchas gracias.